El domingo, estando encerrada entre libros de texto,
horarios infinitos y sabor a tarde de antes de lunes, mi corazón cambió
momentáneamente de ritmo. Un latido, un solo latido, que acompañaba a mis ojos
cuando vieron un mensaje suyo. Tan natural, como siempre, preguntándome sin
miramientos si estoy bien -como si aun le importase.
Dice notarme mal: no me extraña, teniendo en cuenta que él
es el culpable de tal hecho.
No sé, la verdad, qué contestarle, si tengo por seguro que
se olvidará de mí en cuanto dejemos de hablar. No voy a contarle nada; no por
WhatsApp. Si lo hiciera, perdería el poco interés que parece tener hacia mí.
Intento concretar un día para vernos, y hoy, jueves, cinco
días después de entonces y uno antes de nuestra supuesta quedada, tengo la
certeza de que, al igual que hace una semana, se olvidará de que existo.
Dejémoslo, todo es como yo: no tiene importancia. Él
continuará mirando al norte, a Barcelona; yo, al ticket del metro, a su casa.
Flores de nomeolvides que ya decoran la primavera yendo en contra de su
naturaleza, y querer que me deje o dejar que me quiera.
Contradictorio.
Mas todo es como yo.
Así que, qué importa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario