Está todo bien, estoy casi segura. Sin embargo, ahora que el
verano deja que me levante a las diez y me acueste a la una sin sentirme
culpable, ahora que en las horas muertas puedo practicar la filosofía, ahora de
entre mis sesos surge audaz una idea intrépida.
La idea –realmente, la duda– de si me conozco a mí misma.
Es extraño reflexionar y pensar que hoy has sonreído. En mi
alegría me compadezco, me compadezco de mí misma, por tomar una jornada en la
que he reído como algo excepcional.
Antes de nada y como introducción, que se sepa que este poema es algo que surgió en un momento de enfado muy importante. Lo siento si hiero sensibilidades (no entiendo por qué pido perdón, si nadie lee esto), aunque no sé por qué me disculpo, si a mí nadie me pide perdón por hacerme sentir mal.
El domingo, estando encerrada entre libros de texto,
horarios infinitos y sabor a tarde de antes de lunes, mi corazón cambió
momentáneamente de ritmo. Un latido, un solo latido, que acompañaba a mis ojos
cuando vieron un mensaje suyo. Tan natural, como siempre, preguntándome sin
miramientos si estoy bien -como si aun le importase.